Política

La libertad según Milei: todos pueden hablar, excepto los que no le dan la razón

Por Mario Samaniego

Sábado, 28 de junio de 2025 - 23:03 hs.
La libertad según Milei: todos pueden hablar, excepto los que no le dan la razón

Hay un fenómeno fascinante —casi digno de estudio antropológico— que se repite cada vez que el Presidente de la Nación abre la boca: si coincidís con él, sos un genio, un patriota, un libertario esclarecido con aura de prócer. Pero si por alguna razón se te ocurre cuestionar alguna de sus medidas, ¡ay, cuidado! Sos automáticamente un kirchnerista disfrazado, un periodista ensobrado, un parásito del Estado o, peor aún, alguien que no entendió “el modelo”.

El Gobierno Nacional, ese que prometía abrir los portones del corral ideológico y dejar entrar la brisa de la libertad, parece haber hecho una curiosa reinterpretación del concepto. La libertad existe, claro. Pero al estilo “self service”: solo disponible para quienes elijan el combo correcto de pensamiento.

Uno podría suponer que el paladín del anarcocapitalismo, que se jacta de haber leído más a Hayek que los resúmenes del Rincón del Vago, sería un apasionado defensor del debate, de la disidencia, de la confrontación de ideas. Pero no. Milei no debate: predica. Y su púlpito es Twitter, desde donde reparte bendiciones o excomuniones políticas con la facilidad de un cura medieval con megáfono y conexión de fibra óptica.

Criticarlo no es disentir, es traicionar a la Patria. Cuestionarlo no es opinar distinto, es formar parte de "la casta". Y eso, en este país, ya es casi un delito de lesa ideología.

¿Que no te parece correcto recortar el presupuesto universitario mientras se aumenta el gasto en redes troll? Sos un zurdito.

¿Que creés que el dólar no baja por mérito propio sino por el capricho del FMI? Sos un infiltrado.

¿Que te animaste a decir en un programa de televisión que gobernar no es gritar? Sos un operador de los sótanos de la democracia.

Así, la libertad se transforma en un escenario con luces LED, pero con un guion único: el del Presidente. Si no lo recitás de memoria, te apagan el micrófono.

Y la prensa, claro, es el blanco móvil favorito. Si una nota lo elogia, es un medio independiente. Si lo critica, es parte de una conspiración kirchnerista internacional financiada por George Soros, la NASA y quizás la FIFA.

La ironía suprema es que Milei llegó al poder prometiendo “dinamitar la casta” y terminó construyendo su propio castillo, con dragones, torreones y lista negra de invitados. La única diferencia es que, en vez de alfombra roja, hay alfombra libertaria: solo pisan los que repiten “¡viva la libertad, carajo!” sin despeinarse.

Pero la verdadera libertad —esa que no necesita etiquetas ni enemigos imaginarios— implica aceptar que alguien puede decirte que estás equivocado… y seguir considerándolo un ciudadano.

Implica tolerar el disenso, no catalogarlo. Escuchar sin gritar. Gobernar sin Twitter. Dudar, incluso de uno mismo.

Y eso, querido lector, es mucho más difícil que gritarle al viento desde un atril o desde una red social.

Porque al final, como dijo Voltaire (o al menos eso dicen que dijo): “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo.”

Claro que Milei, si pudiera responderle, probablemente lo llamaría “zurdito francés que no entendía de economía austríaca”.