Política
Milei presentó el Presupuesto 2025: “Vetaremos todos los proyectos que atenten contra el equilibrio fiscal”
El presidente prometió en el Congreso de la Nación, que 2024 “será el primer año de superávit fiscal sin entrar en default en toda la historia argentina”. Además, les reclamó a los gobernadores un ajuste de 60 mil millones de dólares

El presidente Javier Milei destacó este domingo ante el
Congreso Nacional que el Presupuesto 2025 será “el más radicalmente distinto de
nuestra historia”, al tiempo que les reclamó a los gobernadores, un ajuste de
60 mil millones de dólares. Asimismo, ratificó que vetará la ley de
Financiamiento Universitario recientemente aprobada por el Congreso. “Vetaremos
todos los proyectos que atenten contra el equilibrio fiscal”, aseguro el
mandatario, envalentonado porque cuenta con 87 diputados que respaldarían los
vetos presidenciales, entre los que se cuentan los misioneros Florencia
Klipauka (Activar – La Libertad Avanza), Emmanuel Bianchetti (PRO) y Martín
Arjol (UCR)
Por cadena nacional, afirmó que el proyecto oficial está
concebido bajo la certeza de que “a más profundo el cambio, mayor tiene que ser
el esfuerzo empeñado”.
De acuerdo con Perfil, el presidente afirmó que el Presupuesto 2025 le pondrá un “cepo al Estado” y “va a cambiar para siempre la historia de nuestro país” y remarcó que el objetivo es “blindar” el equilibrio fiscal, que asegura haber conseguido, pese a que el Estado nacional está postergando pagos a empresas energéticas, entre otras medidas que ponen un signo de interrogación sobre el “superávit fiscal” supuestamente alcanzado por la administración liberal-libertaria.
Los puntos centrales del discurso de Javier Milei en el
Congreso
Milei agregó en su discurso “no hay nada más empobrecedor y
que enriquezca más a los políticos que el déficit fiscal”, al criticar el
modelo de “la casta”. Además, planteó contra una histórica máxima peronista que
“la justicia social no es justa sino extremadamente violenta, basada en un
principio inconsistente que dice que donde hay una necesidad hay un derecho,
pero las necesidades son infinitas y los recursos son finitos”.
El presidente opinó que 2024 será “el primer año de superávit
fiscal sin entrar en default en toda la historia argentina”.
Por último, Milei sostuvo en su discurso que, si la Nación
cumplió con el compromiso de “bajar el gasto al 25% del PBI”, se requiere que
las provincias “hagan una reducción de 60 mil millones de dólares”. Esto
implica un mayor recorte en la obra pública y en servicios esenciales, como la
Salud Pública, es decir, en hospitales y centros de atención primaria de la salud
(CAPS)
“Por cada peso que dejen de gastar las provincia o municipios, lo podrán devolver bajando ingresos brutos u otras tasas”, propuso el mandatario, y añadió que, “los argentinos de bien estarán agradecidos”.
El discurso completo de Milei en la presentación del
Presupuesto 2025 en el Congreso
“Hoy estamos aquí para presentar un proyecto de presupuesto
nacional que va a cambiar para siempre la historia de nuestro país, de manera
que podamos volver a ser la Argentina grande que alguna vez fuimos. Después de
años donde la clase política vivió poniendo cepos a las libertades
individuales, hoy venimos aquí a ponerle un cepo al Estado.
Este proyecto de presupuesto que estamos presentando hoy aquí
tiene una metodología que blinda el equilibrio fiscal sin importar cuál sea el
escenario económico. Esto significa que, independientemente de qué ocurra con
la economía a nivel macro, el resultado fiscal del sector público nacional
estará equilibrado.
Este blindaje fiscal abre una nueva página en nuestra
historia, a partir de ahora desconocida. A partir de ahora la Argentina será
solvente, con la consecuente baja del riesgo país, de la tasa de interés y, en
consecuencia, el aumento de la inversión, de la productividad, del salario real
y, en definitiva, la caída de la pobreza y la indigencia.
No puedo dejar de comentar que estamos en esta misma casa
donde, en diciembre del 2001, fue declarado y aplaudido durante la presidencia
de Adolfo Rodríguez Saá el default de la Argentina. Ese default, que fue
festejado y aplaudido de pie por la totalidad de la clase dirigente, sería el
comienzo de un ciclo populista que ha destruido a la Argentina.
Algunos se preguntarán porqué yo estoy aquí esta noche. Decidí
hacerlo personalmente por dos razones: primero, porque soy economista, además
estoy orgulloso de eso. Soy el primer presidente economista de la historia
Argentina, para ser más preciso. Y como soy economista, probablemente por
deformación profesional, para mí el destino de un pueblo se juega en las
definiciones económicas que tomo, porque solo sobre la base de una economía
sana las personas pueden ejercer verdaderamente su libertad.
La primera y primordial de estas definiciones es acerca de qué
se tiene que preocupar el Estado y cómo va a usar el dinero de los pagadores de
impuestos.
La democracia moderna como la conocemos hoy es hija de una
revolución que se gestó bajo el principio de que no puede haber tributación sin
representación.
La segunda razón por la cual estoy aquí es porque vengo a
proponer un proyecto de presupuesto diametralmente distinto a los que nos
tienen acostumbrados. No solo distinto, sino el más radicalmente distinto de
nuestra historia. A más profundo el cambio, mayor tiene que ser el esfuerzo
empeñado para pelear por él.
El presupuesto nacional no es solo una ley más, es la ley de
leyes, la hoja de ruta bajo la cual ordenaremos las prioridades de nuestra
gestión. La piedra basal de este presupuesto es la primera verdad de una
administración pública sana, la cual durante muchos años fue relegada en
Argentina: el déficit cero.
Lo primero que hay que entender es que cuando los gobiernos
quieren gastar compulsivamente y no les da el margen para seguir subiendo
impuestos, como ocurre en Argentina, la única forma de pagar la cuenta es
pidiendo plata prestada o imprimiéndola en el BCRA.
Como los políticos no entienden la restricción presupuestaria
y no quieren dejar de gastar, generan déficit. Para cubrirlo, lo primero que
hacen es tomar deuda, pero como no hacen el ajuste innecesario, la deuda se
vuelve impagable y entonces defaultean. Así es como nos convertimos en el mayor
defaulteador serial del mundo
Pero el default no es inocuo, produce la fuga de capitales,
entonces los dólares comienzan a escasear y los políticos no tienen mejor idea
que establecer aranceles o derechos de exportación para hacerse de los dólares
del sector privado.
También establecen controles de capitales para intentar
retener los escasos dólares que así genera el país.
Como eso produce que la Argentina se quede sin créditos en los
mercados financieros, no tienen mejor idea que emitir dinero, lo que ya sabemos
genera inflación. Nota del pie: porque la inflación es siempre y en todo lugar
un fenómeno monetario, le guste a quien no le guste.
Para combatir la inflación ponen controles de precios que hace
4000 años sabemos que no funcionan e inventan regulaciones que destruyen la
propiedad privada, entorpecen el cálculo económico, destruyen capital y, en
consecuencia, aumentan la pobreza e indigencia. Esta es la triste historia
argentina de lo que los políticos y analistas llaman “política económica”, que
no ha sido otra cosa que la violación sistemática de la propiedad de los
ciudadanos.
Dicho de otro modo, el déficit solo se cubre con deuda, que no
es ni más ni menos impuestos futuros.
En Argentina más impuesto no puede haber, es el país con mayor
cantidad de impuestos del mundo.
Una vez descartada la posibilidad de subir impuestos, la otra
forma de solventar el déficit es con deuda, es decir, cargándole a las
generaciones futuras el despilfarro de hoy. Esto no es otra cosa que entregar
en el altar del populismo las vidas de nuestros jóvenes, es decir, implica el
exterminio de las generaciones futuras, que hoy ya en un 70% son pobres.
Argentina, producto de ser el mayor defaulteador serial del
mundo, no tiene acceso al crédito, por ahora.
Cuando esa alternativa se agota, el déficit se paga
imprimiendo pesos, que es robarle a todos los argentinos mediante el señoreaje.
Para que tomen dimensión de la estafa que hemos vivido: la política le ha
robado a los argentinos cerca de 25 mil millones de dólares por año en
señoreaje los últimos 20 años.
Y digo “robado” no como eufemismo, sino en sentido literal,
porque cuanto más dinero se emite, cada peso que un argentino tiene en su
bolsillo vale menos. Con el doloroso agregado de que la inflación es
consecuencia directa de la emisión monetaria golpea entre 25 y 30 veces más a
los que menos tienen.
En Argentina tuvimos déficit fiscal 113 de los últimos 123
años. Esos diez años que no tuvimos déficit fue porque ya había saltado todo
por los aires y estamos en default. Prácticamente el 100% de nuestra historia
moderna, los gobiernos incumplieron esta verdad básica de la economía y le
pasaron la factura al común de los argentinos una y otra vez.
Este será el primer año de superávit fiscal sin entrar en
default de toda la historia Argentina. Vaya si no hay gestión.
No es casualidad que hayamos vivido una inflación desorbitante
durante le último siglo, habiendo terminado 2023 con la inflación interanual
más alta del mundo, por encima de Venezuela y el Líbano. El huevo de la
serpiente de todos los problemas económicos argentinos es el déficit fiscal.
¿A quién le puede servir este modelo? La madre del déficit es
la compulsión inagotable de los políticos por el gasto público, que no conoce
restricción presupuestaria alguna. Porque es solo gastando plata que no es suya
que pueden hacer negocios para ellos, sus clientes y sus amigos.
La peor forma de gastar dinero es gastar el dinero de otros en
otro, que es precisamente el gasto del Estado.
No hay nada, pero nada más empobrecedor para el común de los
argentinos que el déficit fiscal. Y no hay nada que enriquezca más a los
políticos que el déficit fiscal. Este es triste papel que el gasto público
juega en el modelo de la casta.
La política ha adornado este modelo con buenas intenciones y
marcos teóricos rimbombantes. Por años, los hemos escuchado hablar de la
justicia social, que no solo es justa, sino que es extremadamente violenta
porque implica sacarle a unos para darle a otros, basada en un principio
inconsistente que dice que donde hay una necesidad nace un derecho. El problema
es que las necesidades son infinitas y los recursos finitos.
Por eso cuando un político pide más gasto para repartir plata
que no hay, en realidad lo que está haciendo es estafando a todo el pueblo
argentino y jugando con el futuro de todos para anotarse un par de puntitos
políticos con algún discurso pensante en el camino.
El político sabe perfectamente que, cuando aumenta el gasto
público, le está poniendo la plata en un bolsillo a la gente para sacarle el
doble por el otro bolsillo. Por eso vetamos el proyecto de aumento del gasto
público que sancionó este Congreso y vetaremos todos los proyectos que atenten
contra el equilibrio fiscal.
Hacemos esto porque no vamos a ser cómplices de estafar al
pueblo argentino para adoptar una medida populista. El único contexto en el que
aceptaremos discutir el aumento de un gasto es cuando el pedido venga con una
expresa explicación de qué partida hay que reducir para cubrirlo. Si no es así,
será vetado.
Esto, que debería ser una verdad de perogrullo, parece un
sacrilegio dicho en esta casa, lugar de donde han salido la totalidad de las
medidas populistas que han arruinado este país. Lo paradójico es que siempre
salen con enorme apoyo. Porque es una regla tácita de la política argentina,
que cuanto más votos tiene un proyecto en el Congreso, peor es para la
sociedad.
Así lo han vuelto a demostrar en esta casa en las últimas
semanas. Porque ellos tienen algo muy claro, que pesa más que cualquier
perjuicio que le puedan infringir a la sociedad: saben que si se termina el
déficit, a muchos se les termina el negocio.
Desde 1901 hasta la fecha, hubo 22 crisis económicas en la
Argentina. 20 de esas 22 se caracterizaron por un déficit fiscal o alto, o
directamente extravagante. Detengámonos a recordar cómo era el cuadro fiscal
previo a las crisis que recordamos con más angustia.
En la previa al Rodrigazo, el déficit fiscal era de 14 puntos
del PBI. Acercándonos a la crisis del '81 y '82, 11 puntos. Antes de que se
desencadenara la hiperinflación del '89, el Estado Nacional cargaba con 8
puntos de déficit. Y detrás de uno de nuestros últimos traumas nacionales, la
crisis de la convertibilidad del 2001 y 2002, teníamos también un déficit de 7
puntos del PBI.
En este recorrido se ve un claro patrón, además de la
persistencia de los políticos por gastar la plata que no tenemos: cada vez el
país tiene una menor tolerancia a la distorsión fiscal. Cada vez las crisis
estallan con menos déficit.
Y se preguntarán, ¿por qué ocurre esto? Ocurre porque,
habiendo abusado de todos los mecanismos de financiación del déficit que
existen, tanto los argentinos como los mercados cada vez nos dan menos crédito.
Esto quiere decir que cuando abordamos el cuadro de situación
heredado, no estamos hablando únicamente del massazo del 2023, sino del efecto
acumulado de un siglo entero de crisis recurrentes. También quiere decir que si
no lo solucionamos ahora, si no damos esta pelea de una vez y para siempre, la
solución será cada vez más cuesta arriba, y pronto se convertirá en una tarea
imposible.
Bueno, en política, en economía y en la vida misma, uno no
elige con qué cartas jugar. Uno juega con las que le tocan. Los tontos ignoran
la realidad. Los necios la niegan. Los que apuestan al éxito, la aceptan.
Y la mano que nos tocó a nosotros no fue, ni más ni menos, que
la peor herencia de la historia democrática, tanto en materia fiscal como en
múltiples dimensiones de la vida social argentina. Heredamos un déficit
consolidado de 15 puntos del PBI, de los cuales 5 puntos pertenecían al Tesoro
y 10 al Banco Central. Más que en cualquiera de estas crisis que acabo de
mencionar. Pero algunos que dicen ser economistas, que viven de olvidarse cosas
a propósito, salen todos los días en televisión haciendo de cuenta que vivíamos
en Suiza.
Para ponerlo en números palpables: ajustar el déficit de
quince puntos del PBI implicó que hiciéramos un recorte del gasto de alrededor
de noventa mil millones de dólares. Que no es otra cosa que decir que le
estamos devolviendo a los argentinos esos 90 mil millones de dólares. O sea: no
exageramos cuando decimos que hemos hecho el ajuste más grande de la historia
de la humanidad. Por eso no me deja de llamar la atención que dirigentes de
todos los colores y banderas nos acusen tan seguido de no tener gestión.
A ellos yo les digo: ¿saben qué? Gestionar no es designar
miles de funcionarios en todos los rincones del Estado, cuando la mitad de esas
áreas no debería existir. Gestionar no es que un director nacional firme una
resolución para gastar millones de pesos en servicios que el sector privado
puede proveer mejor y más barato. Gestionar no es hacer rutas que no conducen a
ningún lado; ni viviendas hacinadas que nadie quiere. Gestionar no es saber
usar bien el GDE, como decía el ex candidato Massa. Gestionar es haber evitado
la hiperinflación que nos dejaron en puerta; y haberla bajado al 4% mensual.
Gestionar es sanear el balance del Banco Central y desactivar
la bomba de deuda que heredamos. Gestionar es reducir el gasto público de la
manera que lo hicimos, en el tiempo récord que lo hicimos. Gestionar es haber
aprobado la reforma legislativa más ambiciosa de los últimos 40 años con 37
diputados y 6 senadores. Gestionar es echar los 31 mil ñoquis que hemos echado
en estos primeros nueve meses. Gestionar es aprobar la boleta única de papel,
una bandera de aquellos que hablan de transparencia pero que poco han hecho por
ella. Gestionar es eliminar los intermediarios que lucraban con la pobreza, que
inventó la ministra Stanley. Gestionar es haber eliminado los piquetes y llevar
más de cuatro meses sin cortes de calle en el AMBA, o haber reducido el 75% de
los homicidios en Rosario. Gestionar es remover las infinitas regulaciones que
hay en todos los sectores de la economía, para facilitarle la vida a los que
emprenden y trabajan. Gestionar es recuperar la confianza del sector privado y
que inviertan más de 50.000 millones de dólares, como han anunciado.
En definitiva: gestionar no es “administrar el Estado”.
Gestionar es achicar al Estado, para engrandecer a la sociedad. Estamos
resolviendo en un año el desastre que nuestros predecesores, por acción u
omisión, generaron durante más de 20 años. Así que cuando los responsables del
fracaso nos acusan de no tener gestión, lo llevamos en el pecho con orgullo.
Sin embargo, el gigante desafío persiste. Y ahora tenemos que
hacer valer el titánico esfuerzo hecho por todos los argentinos, y darle
sostenibilidad para el futuro. Por eso, hemos decidido que parte de nuestro
legado sea cambiar para siempre la metodología a través de la cual se elabora
el presupuesto. El déficit siempre fue consecuencia de pensar primero cuánto
gastar, y después ver cómo conseguirlo. Nosotros vamos a hacerlo al revés,
pensando primero cuánto tenemos que ahorrar, para después ver cuánto podemos
gastar. Por eso estamos proponiendo una regla fiscal inquebrantable, para este
presupuesto y para todos los presupuestos que vengan de acá en adelante.
Los invito a volver por un minuto a despejar la “X” conmigo
para entender de qué se trata. La primera premisa de la que partimos es que el
superávit primario tiene que equivaler o exceder obligatoriamente al monto de
los intereses de deuda a pagar. De modo que, si el superávit primario es el
resultado de netear los ingresos con los gastos corrientes y de capital, el
gasto primario tendrá que ser igual o menor a los ingresos menos el superávit
primario. Es decir, el nivel de gasto a erogar estará condicionado por el nivel
de superávit primario a conseguir, que a su vez estará condicionado por el
monto de la deuda a pagar.
Ahora, detengámonos un segundo en el gasto. El gasto corriente
está compuesto de la suma del gasto automático, ilegalmente indexado por ley, y
el gasto discrecional. El gasto automático es el componente de gasto que está
indexado a la inflación y otras variables. El gasto discrecional no está
indexado, o sea que no importa la inflación que haya, sigue siendo el mismo.
Bajo este nuevo esquema que estamos proponiendo, si los ingresos son mayores a
los estimados, el gasto automático podría aumentar en igual medida, pero el
gasto discrecional se mantendrá igual. Por lo cual, si el aumento en la
recaudación es transitorio, el Estado podrá ahorrar, lo cual implicará la
destrucción de pesos y, por ende, la revalorización del peso o la cancelación
de deuda. Y si el crecimiento económico es sostenido, y en consecuencia el
aumento de los ingresos es estructural, el Estado va a poder devolverle a la
sociedad ese ahorro en reducción de impuestos, tal como nos hemos comprometido.
Por otro lado, si la economía no crece y los ingresos son
menores a los estimados, caerá también el gasto automático y reduciremos el
gasto discrecional en la misma proporción. Con lo cual, esta vez será el sector
público y no el privado el que absorberá eventuales recesiones.
En resumen, nuestra metodología presupuestaria va a lograr
tres objetivos inéditos.
Va a garantizar el equilibrio fiscal, terminando con el
castigo de la deuda y la emisión.
Va a obligar al Estado a hacerse cargo y absorber el costo de
eventuales recesiones.
Y para los períodos de abundancia, como serán los años que
vienen, va a obligar a devolver el exceso de recaudación a la sociedad a través
de la baja de impuestos.
Esto quiere decir que, de mantenerse esta metodología de acá
en adelante, no solo podremos ir reduciendo impuestos, sino también el tamaño
del Estado, que es la verdadera presión impositiva.
Pero para que esto sea posible, en la Argentina nos debemos un
debate honesto acerca de qué se tiene que ocupar, y de qué no, el Estado
nacional. Nos hemos acostumbrado a pensar al Estado nacional como una niñera,
que se tiene que hacer cargo de todo, desde darle de comer hasta entretener a
cada argentino. Pero cuando un Estado se arroga tareas que no le competen,
termina por incumplir las responsabilidades fundamentales que sí le
corresponden.
Así llegamos a un Estado que, en el afán de cumplir todos los
supuestos deseos de sus ciudadanos, nos terminó legando 50% de pobreza, el
retorno del analfabetismo, tasas de criminalidad siderales, un entramado
energético que no soporta cuatro días de calor seguidos, fuerzas armadas
abandonadas y sin capacidad de respuesta, una justicia trágicamente lenta, y
hospitales públicos sin insumos que no pueden curar a nadie.
Mientras tanto, se dilapidaron miles de millones de pesos en
recitales a los que iban 300 personas, medios públicos al servicio de los
militantes, rutas que no conducían a ningún lado, y se pasaban el día
promulgando leyes que oscilan entre ridículas, inútiles y nocivas. Como dijo
Cicerón, el gran legislador romano, “Cuanto más se acerca el colapso de un
imperio, más estúpidas son sus leyes” y vaya que Argentina ha colapsado. Y lo
peor de todo, nos dejó un sistema en el que el 70% del gasto público se va en
gasto social de distinto tipo.
Esto que durante años ha sido aclamado como un éxito por todo
el arco político no indica otra cosa más que una tragedia humanitaria, porque
significa que más de 20 millones de argentinos no se pueden sostener por sus
propios medios si no es con la ayuda del Estado. Si alguien cree que esto es
algo deseable, déjenme decirles que están equivocados.
¿Les parece que esto es ajeno a que el Estado realice tan
pobremente sus tareas esenciales? Por eso es hora de volver a las bases y
barajar de nuevo algunas definiciones. Lo fundamental que tiene que hacer un
Estado nacional es asegurar la estabilidad macroeconómica y el imperio de la
ley. Punto. Cualquier otra cuestión puede resolverse a través del mercado, o es
competencia de los gobiernos subnacionales.
Para ser más claro, lo desgloso en partes:
¿Qué es estabilidad macroeconómica? Que no haya déficit fiscal
y comercial, y que haya estabilidad monetaria y cambiaria. Y que, en
consecuencia, no haya inflación. Y que al no haber inflación haya acceso al
crédito privado. Y que en consecuencia las personas, las familias, y las
empresas puedan recuperar el cálculo económico, la capacidad de proyectar y, en
definitiva, recuperen el futuro mismo.
¿Qué es el imperio de la ley? Seguridad, para proteger a los
ciudadanos de posibles ataques de otros ciudadanos a su vida y su propiedad.
Justicia, para dirimir imparcialmente en los conflictos entre ciudadanos, y
castigar a quienes infringen la ley. Y defensa, para protegernos de posibles
conflictos con otros países o amenazas externas. Repito: cualquier otra
cuestión puede resolverse a través del mercado, o es competencia de los
gobiernos subnacionales.
Así como el déficit es el corazón del problema, la reducción
del gasto para lograr superávit estará en el centro de la solución. ¿Por qué?
Porque es el único camino para devolverle a los argentinos el fruto de su
trabajo, que hoy el Estado les quita con impuestos. Las Sagradas Escrituras
cuentan que en el antiguo Egipto, los judíos eran obligados a dar un quinto de
su cosecha al faraón, mientras que los cuatro quintos restantes los podían
disponer a su antojo. Imaginen lo mal que están las cosas hoy, cuando incluso
los esclavos de antaño pagaban menos impuestos que los hombres libres de hoy.
El superávit hará que la deuda sea sostenible. La
sostenibilidad de la deuda bajará el riesgo país y abaratará el costo
financiero, lo que contribuirá al aumento de la inversión y el ahorro, y en
consecuencia, al crecimiento económico y al salario real. Además, implicará una
menor presión fiscal futura sobre los contribuyentes, lo que generará más
incentivos para invertir.
En una economía globalizada, y más aún desde la existencia de
internet, el capital se ha vuelto nómada. Hoy cualquiera puede abrir una cuenta
en Estados Unidos o Paraguay sin moverse de su casa, buscando mejores
condiciones fiscales que las que ofrecemos nosotros. Por eso, es imperativo que
Argentina vuelva a ser atractiva para los argentinos.
Tenemos que acabar con esta tendencia de expulsar el capital
de nuestros compatriotas con impuestos prohibitivos, que solo reducen el flujo
y el tamaño de nuestra economía, castigando al país con más pobreza y
exclusión. Queremos que las empresas argentinas vuelvan a ser competitivas para
que puedan contratar más trabajadores, pagarles mejores sueldos y detener el
éxodo de capital humano que sufrimos desde hace más de 20 años.
Debemos aceptar de una vez que lo mejor para un trabajador es
un empresario que invierte. Pero la única forma de multiplicar la cantidad de
empresas es quitándoles la mano del bolsillo, liberándolos del infierno de
regulaciones, permisos y costos altísimos que enfrenta la actividad privada en
este país.
Para llegar a ese punto, hemos propuesto el plan de reformas
estructurales más ambicioso en la historia de Argentina. Este comenzó con el
Decreto 70/23, continuó con la aprobación de la Ley Bases sancionada por este
Congreso y sigue con todas las desregulaciones que anunciamos a diario, además
de los proyectos de ley que seguiremos enviando a este Congreso.
Gracias a esta mega-reforma del Estado que hemos emprendido,
estamos alcanzando niveles de libertad económica similares a los de Alemania,
Francia o Italia, en menos de un año de gestión, con viento y marea en contra.
Y seguimos firmes y decididos a convertirnos en el país más libre del mundo.
Incluso si todo saliera como pensamos, esta lucha contra el
gasto público y el “costo argentino” se libra en todas las dimensiones del
Estado, incluyendo las jurisdicciones provinciales y municipales. Por eso, a
los gobernadores les digo: cumplir el compromiso de reducir el gasto público
consolidado al 25% del PBI requiere que las provincias, en su conjunto, hagan
un ajuste adicional de 60.000 millones de dólares. Nosotros ya cumplimos
nuestra parte del acuerdo. Ahora les toca a ustedes.
Los argentinos, de norte a sur, saben perfectamente que por
cada peso que las provincias y municipios dejen de gastar, se podrá devolver en
reducciones de ingresos brutos u otras tasas. Si cumplen con este mandato
popular, los argentinos de bien estarán agradecidos.
Hay algo que estoy seguro de que los argentinos no les
permitirán: que cuando el Estado nacional elimine o reduzca un impuesto,
ustedes intenten ocupar ese espacio subiendo los suyos. No va a funcionar. Los
argentinos son un pueblo rebelde, cansado de las maniobras de los políticos.
Estamos viviendo un momento crucial en la historia argentina. No lo subestimen.
Por último, quiero dirigirme a los miembros de este Congreso:
estamos en un momento clave en la historia de nuestro país. No es frecuente que
se presenten oportunidades para cambiar el curso de la historia. Si fuera
fácil, no estaríamos donde estamos hoy. Por eso, más que una oportunidad,
tenemos la obligación de aprovechar este momento. Porque cuanto más profundo
nos sumergimos en el fondo del mar, más tenemos que nadar para salir a flote.
El único camino hacia arriba es terminar con el déficit
fiscal, reducir el gasto público, eliminar impuestos y confiar en el ejercicio
de la libertad de los argentinos. Si hacemos las cosas bien, viviremos en un
país con estabilidad económica, donde planificar un proyecto de vida, formar
una familia o emprender un negocio rentable será nuevamente una realidad.
Si hacemos las cosas bien, encabezaremos los rankings de
libertad económica en el mundo. Si hacemos las cosas bien, tendremos un país
donde el Estado volverá a ser un sirviente de sus ciudadanos, y no su amo y
señor, como decía Milton Friedman. Si hacemos las cosas bien, revertiremos un
siglo de humillación al que la sociedad argentina ha sido condenada
injustamente.
Por eso, miembros del Congreso de la Nación, la situación
política actual les ofrece dos opciones: o hacemos exactamente lo contrario a
lo que hemos hecho en los últimos 100 años y dejamos de hundirnos, o seguimos
haciendo lo mismo, mantenemos todo como está y conservamos este sistema
corrupto que empobrece cada día más a los argentinos. Esos son los dos caminos.
Sepan, miembros de este honorable Congreso, que la decisión de
en qué lado de la historia quieren estar es suya. Luego, será la ciudadanía
quien los ubique en la avenida de los justos o en la esquina de los mezquinos
que apostaron contra el país y su gente.
Confío en que este honorable Congreso Nacional debatirá el
proyecto de Presupuesto con la responsabilidad y seriedad que nuestra situación
actual requiere.
Que Dios bendiga a los argentinos, y que las fuerzas del cielo
nos acompañen. Viva la libertad carajo. Muchas gracias”.